La voz mangle proviene del guaraní y significa “árbol torcido”. Mangle es el nombre por el que se conoce a diferentes árboles y arbustos que viven en la interfaz agua-tierra de costas y estuarios, en latitudes tropicales y subtropicales de América, África, Asia y Oceanía, capaces de tolerar los niveles de inundación, anoxia y salinidad del suelo propios de su medio natural.
Los mangles no pertenecen a un solo grupo genético, sino que abarcan una gran variedad de familias, con especies adaptadas específicamente a este ambiente intermareal tropical. En sentido amplio se reconocen unas 66 especies, incluidas en 22 géneros y 16 familias (según Kathiresan y Bingham, 2011). Sin embargo, en sentido estricto se consideran muchas menos: sólo aquellas especies cumplen un papel principal en la estructura de la comunidad vegetal, capaces de formar bosques monoespecíficos y que sólo pueden encontrarse en estos ecosistemas, que poseen además ciertas especializaciones morfológicas y fisiológicas tales como raíces aéreas, mecanismos especializados de intercambio gaseoso y de exclusión o excreción de la sal del medio, y que se diferencian genéticamente de sus parientes terrestres más cercanos hasta, al menos, el nivel de género.
Los ecosistemas de manglar, formados por la comunidad de microbios, hongos, plantas y animales propios de este tipo singular de hábitat y sus condiciones abióticas específicas, constituyen uno de los 14 biomas del planeta y uno de los ecosistemas más productivos de la Tierra. Los manglares tienen un importante significado para muchas comunidades humanas, siendo sistemas clave para su supervivencia y desarrollo y su conservación resulta crucial para el mantenimiento de la biodiversidad a nivel global. Desafortunadamente, en la actualidad muchas áreas de manglar se encuentran amenazadas y se calcula que alrededor de un 20% de los ecosistemas de manglar del mundo han desaparecido en las últimas tres décadas